miércoles, 25 de abril de 2012

El mundo al revés


Daris Javier Cuevas

En los últimos 20 años, la preocupación por el rumbo de la Economía Mundial ha predominado en el interés de los economistas, académicos, empresarios, inversionistas de los mercados financieros, investigadores, los bancos centrales y los gobernantes ya que la economía mundial ha dado fuertes giros y se han producido perturbaciones  que han expuesto  a las grandes economías y los diferentes mercados financieros en una situación de volatilidad. Pero esto se ha producido a una velocidad inimaginable con grandes efectos políticos en cada país.

La preocupación en el mundo la marcaron cuatro episodios económicos y financieros en los 90’s, tales como la Burbuja Financiera, crisis bancaria en el Japón, la Crisis del peso Mexicano y la  Crisis Financiera Asiática. En efecto el 29 de diciembre de 1989, en Japón, el índice Nikkei 225 cerró en 38.916, mientras 4 años antes se había situado en 13.083 puntos. Pero en los primeros días de enero de 1990, la situación cambió totalmente, las ventas de títulos se impusieron, de tal manera que la bolsa empezó a experimentar abruptas caídas.

Es así como el 2 de abril de 1990: Índice 28.002, caída del 28%, 1 de octubre de 1990: Índice cae 48.518 en agosto de 1992: Índice 14.309 marca el mínimo. En poco más de dos años el índice se desvalorizó en un 63% desde el máximo alcanzado en 1989. Este desplome también afectó a las entidades financieras, así como la actividad económica por un largo período de estancamiento que se prolongó cerca de 15 años.

Entre 1995 y 1997 aparecieron las tasas negativas de beneficios, aumentos excesivos de las provisiones por efecto de un pésimo otorgamiento de créditos.

En cuanto a la crisis de México, tuvo como  precedente la fuerte entrada de capitales que comenzaron a tomar auge en 1990 hasta que explota la crisis en 1994, la cual estuvo sustentada entre otros por la apertura de la cuenta de capitales de la balanza de pagos. Como resultado de la apertura financiera, los títulos en manos de no residentes, que  alcanzaban el 8% en 1990, pasaron a ser el 57% en 1993. Las acciones también fueron demandadas por los inversionistas que promovieron una considerable alza en el precio de esos activos y así se crea una especulación financiera indetenible.

Durante la segunda mitad de 1997, los precios de las divisas, acciones y bonos de gran parte países del sudeste asiático sufrieron grandes convulsiones, tales como Tailandia, Malasia, Indonesia, Filipinas, Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur. La economía de estos países sufrió un fuerte deterioro, con reducción del crecimiento, aumento del desempleo, quiebras de bancos y cierres de empresas.

A finales de la primera década del siglo XXI, el mundo quedó estremecido por la corrección en los mercados inmobiliarios y alzas en los precios de materias primas hasta agosto 2007 y de ahí hasta abril 2008 se inicia la crisis financiera iniciada tras el colapso de las hipotecas subprime en EE.UU. y en septiembre del 2008 aparece la pérdida de confianza en las instituciones financieras generándose bancarrotas, fusiones e intervenciones públicas de apoyo a la solvencia. A esto se agrega la crisis crediticia con un mercado interbancario virtualmente cerrado y pérdida casi total de confianza en contrapartidas financieras. Fuerte aumento de la volatilidad en los mercados financieros. Falta de liquidez para las empresas no financieras.  

El impacto de estos acontecimientos se expresó en la economía de USA con una desaceleración de -2,0% y una caída de un 71%, ya que el ritmo de crecimiento era 2,8%, por igual en la Zona EURO  con una desaceleración de -1,7%, ya que su patrón de crecimiento era de 2,6% el cual representó una caída de 65%. Es decir, que las grandes economías fueron estremecidas con esta crisis y que han perjudicado las economías emergentes. Pues todo esto llevó a una gran recesión económica cuya recuperación aún se procura de manera afanosa y que ha colocado al mundo al revés.

jueves, 19 de abril de 2012

Un cambio de paradigmas: la única salida


17/04/12 Por Alejandro Chanona

Los esfuerzos por implementar un desarrollo sustentable han fracasado sobre todo porque no se ha modificado el paradigma económico predominante y el capitalismo desenfrenado está reñido con cualquier modelo sustentable. Corresponde al Estado ser el principal impulsor de la sustentabilidad, fomentando una amplia alianza con la sociedad civil y el mundo de los negocios para promover con decisión un modelo de desarrollo viable.

La dificultad para alcanzar las metas de desarrollo y bienestar humano radica en el fracaso del paradigma económico dominante, lo que nos plantea el problema de cambiar el capitalismo desde dentro o desde fuera. Nuestra respuesta es que debe ser desde dentro. Las crisis económicas recurrentes han puesto de manifiesto la debilidad de los principios en los que se apoya el modelo neoliberal. Sin embargo, sus principios se siguen imponiendo como el único camino hacia el desarrollo.

En los dos últimos decenios la economía mundial ha sido golpeada por reiteradas crisis con un denominador común: la especulación en los mercados financieros que lleva a inversiones en instrumentos especulativos y de alto riesgo. A la larga, los excedentes de capital y las normas poco rigurosas generaron burbujas y un sobrecalentamiento de la economía que desembocaron en crisis.

La brecha entre el discurso y los actos

A partir de la publicación del Informe de la Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo (Comisión Brundtland) en 1987, el término “desarrollo sustentable” se convirtió en un referente para la comunidad internacional. Teniendo como antecedentes la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Humano de 1972 y el Informe de la Comisión Independiente sobre Problemas Internacionales del Desarrollo (Comisión Brandt), la Comisión Brundtland definió el desarrollo sustentable como “aquel que garantiza las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades”.

El impulso del concepto se dio en la Cumbre de la Tierra de 1992, con la adopción de la Declaración de Río sobre Medio Ambiente y Desarrollo y el Programa 21. En estos dos documentos, los países firmantes se comprometieron a procurar el crecimiento económico ciñéndose a directrices para el desarrollo sustentable. Más adelante, en el seno del Consejo Económico y Social de la ONU, se estableció la Comisión sobre el Desarrollo Sustentable como organismo encargado del seguimiento de los acuerdos.

El concepto de sustentabilidad explora la relación entre el desarrollo económico, la calidad ambiental y la equidad social. Incluye una perspectiva de largo plazo y un enfoque integral de la acción, que reconoce la necesidad de que todas las personas participen en el proceso. De acuerdo con la Comisión Brundtland: “el desarrollo sustentable es un proceso dinámico de cambio en el que la explotación de los recursos, el destino de las inversiones, la orientación del desarrollo tecnológico y el cambio institucional se hacen considerando las necesidades del futuro además de las del presente”.

Sin embargo, al hacer un balance de los avances del paradigma se constata que existe una amplia distancia entre el discurso y las acciones. La revisión de los documentos emanados de las diversas Cumbres de Naciones Unidas dedicadas al desarrollo dan cuenta de que desde la Cumbre de Río, el discurso a favor del desarrollo sustentable se ha mantenido acompañado de nociones como la de desarrollo humano y seguridad humana.

Ello no significa que la noción se haya fortalecido y que sea prioridad en las agendas internacionales. Al contrario, la promoción de este paradigma ha sufrido serios altibajos resultado de diversos factores que van desde las diferencias de percepciones entre el Norte y el Sur sobre las prioridades y el financiamiento, pasando por la reducción al “mínimo aceptable por todos” de las metas, hasta llegar a la preeminencia de la agenda de seguridad tradicional a partir de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 a Washington y Nueva York.

Al mismo tiempo, los países desarrollados han dejado de lado la noción de “sustentable” para favorecer su crecimiento económico y mantener los patrones de consumo excesivo de su población. En tanto que en los países en desarrollo, el cuidado del medioambiente no necesariamente ha sido una prioridad, además que ha primado la lógica de buscar primero el crecimiento y después el desarrollo. Así, a pesar de que en el marco de Naciones Unidas, los Estados se han manifestado a favor del desarrollo sustentable, no ha existido la voluntad política de llevar adelante un programa integral que permitiera implementarlo en todo el planeta.

Por otra parte, la amplitud, multidimensionalidad y alcances en materia económica, social y ambiental del paradigma del desarrollo sustentable, aún están lejos de ser entendidos, tanto por los tomadores de decisiones de los Estados, como por la población en general. Si bien desde Naciones Unidas se ha insistido en los tres pilares del proceso y diversas ONG trabajan para promover su carácter multidimensional, la idea de sustentabilidad se ha asociado fundamentalmente con la protección del medio ambiente. Este enfoque ha tomado un renovado impulso en los últimos años debido a los desastres naturales, el calentamiento global y los retos de la transición energética. Así, por ejemplo, el tema de la economía verde se ha posicionado dentro de las prioridades de la agenda del desarrollo sustentable.

Es preciso comprender estas circunstancias en el marco de un sistema internacional que incorporó los postulados neoliberales como paradigma para el desarrollo. De acuerdo a esta visión, la democracia electoral y la libertad de los mercados traerían consigo el ansiado bienestar; por lo que los Estados debían replegarse de sus funciones y dejar actuar a las fuerzas del mercado. Este modelo demostró sus límites muy pronto, de la mano de las recurrentes crisis económicas y de la ampliación de las brechas sociales que han puesto a la globalización frente a una verdadera crisis ética.

De Río a la Declaración del Milenio: buenas intenciones, pobres resultados

Los antecedentes del movimiento a favor del desarrollo sustentable y de ubicar a la persona en el centro de los esfuerzos del desarrollo, se remontan a las décadas de los setenta y ochenta del siglo pasado, con el establecimiento de las Comisiones Independientes sobre los Asuntos Internacionales del Desarrollo (Comisión Brandt), de Desarme y Asuntos de Seguridad (Comisión Palme) y de la ya mencionada Comisión Brundtland.

Sería en la primera mitad de la década de 1990 cuando los temas del desarrollo adquirieron particular relevancia, lo que se reflejó en la serie de Cumbres realizadas y en el surgimiento de los conceptos de desarrollo humano y seguridad humana, íntimamente vinculados con la idea del desarrollo sustentable. El fin de la Guerra Fría permitió ampliar de la agenda internacional y la incorporación de los llamados “nuevos temas” que abarcaron tanto a la agenda de desarrollo como a la de seguridad.

En realidad, se trataba de fenómenos que se encontraban allí desde decenios atrás, pero la contienda ideológica bipolar los había relegado a un segundo plano. Desde la perspectiva del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), la brecha entre el Norte y el Sur se había profundizado a causa del paradigma que consideró que el crecimiento económico traería automáticamente más beneficios para la sociedad y que privilegió el ajuste estructural por encima del tema del desarrollo.[1] De esta manera desde Naciones Unidas se impulsó una nueva agenda para el desarrollo que tenía la meta de enfrentar las grandes desigualdades que se reflejaban, por ejemplo, en las crisis humanitarias en África y el legado de “la década perdida” en América Latina. Lo curioso es que a pesar de estas críticas el modelo neoliberal se fortaleció aún más, y fue en su marco que se pretendió impulsar el paradigma del desarrollo sustentable.

En 1990 se celebraron la Conferencia Mundial sobre Educación para Todos y la Segunda Conferencia de las Naciones sobre los Países Menos Adelantados. Ese mismo año, con un grupo de especialistas como Mahbub ul Haq y Amartya Sen, el PNUD propuso un concepto alternativo: el enfoque de desarrollo humano, que se define como un proceso de ampliación de las opciones de las personas y mejora de las capacidades humanas (la diversidad de cosas que las personas pueden ser o hacer en la vida) y las libertades, para que las personas puedan vivir una vida larga y saludable, tener acceso al conocimiento y a un nivel de vida digno, y participar en la vida de su comunidad y en las decisiones que afectan sus vidas.[2]

El concepto de desarrollo sustentable tomó impulso definitivo en 1992 con la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo (CNUMAD) en Río de Janeiro. La Cumbre, a la que acudieron 108 Jefes de Estado tuvo como resultado la adopción de tres documentos generales (la Declaración de Río, el Programa 21 y los Principios sobre Bosques); el establecimiento de la Comisión de Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sustentable; y la firma de las Convenciones sobre cambio climático, diversidad biológica y desertificación.

La Declaración de Río incluye 27 principios para las acciones relativas al desarrollo sustentable, que tocaban temas de tanto peso como las políticas de prevención, las responsabilidades comunes pero diferenciadas y el principio de que “quien contamina paga”. Asimismo, la inclusión por primera vez del principio del derecho al desarrollo (Principio 3) significó la afirmación, por vez primera, de este derecho en un instrumento internacional aprobado por consenso. Por su parte, los 40 capítulos del Programa 21 brindan un amplio marco de acción para lograr la transición al desarrollo sustentable y medir los avances hacia esa meta[3].

Cabe señalar que uno de los aspectos más importantes de la Conferencia fue la decisión de promover un movimiento social de amplia base a favor de este modelo. La Cumbre fue pensada para tener impacto en las instituciones internacionales, los gobiernos nacionales y locales, el sector privado y la sociedad civil organizada alrededor el mundo. De esta manera, la CNUMAD fue la primera conferencia internacional que permitió pleno acceso a una cantidad de organizaciones sociales y contribuyó al desarrollo de una cumbre independiente.[4]

Siguiendo con la tendencia de situar a las personas como eje del desarrollo, en su Informe sobre Desarrollo Humano de 1994, el Programa de Desarrollo de la ONU propuso una nueva visión de la seguridad que desafía a la perspectiva tradicional centrada en los Estados y su componente militar. La seguridad humana significa estar libres de las constantes amenazas del hambre, la enfermedad, […] y la represión [...y] protección contra perturbaciones repentinas y perjudiciales en la pauta de nuestras vidas cotidianas.[5] El concepto se funda en la lógica del desarrollo humano y abarca la seguridad económica, política, alimentaria, sanitaria, ambiental, personal y comunitaria.

Ese mismo año se llevó a cabo en Bridgetown, Barbados, la Conferencia sobre el Desarrollo Sustentable de los Pequeños Estados Insulares en Desarrollo (PEID). Fue la primera conferencia que trasladó el Programa 21 a un plan de acción para un grupo de países. El Programa de Acción de Barbados (BPoA, en inglés) y la Declaración de Barbados establecieron las acciones y medidas específicas que debían llevarse a cabo a nivel nacional, regional e internacional para apoyar el desarrollo sustentable de los PEID.[6] 
De esta manera, los primeros años de la década de 1990 en el seno de las Naciones Unidas emergió un movimiento para el desarrollo centrado en el bienestar y la dignidad de las personas. El interés de la comunidad por estos temas se reflejó en la realización de varias reuniones internacionales dedicados a la alimentación (Conferencia Internacional sobre Nutrición en 1992 y Cumbre Mundial sobre la Alimentación en 1996), derechos humanos (Conferencia Mundial de Derechos Humanos en 1993), población (Conferencia Internacional sobre la Población y el Desarrollo en 1994, y CIPD+5 en 1999), vivienda (Segunda Conferencia de la ONU sobre los Asentamientos Humanos, o Hábitat II, en 1996) e igualdad de género (Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer en Beijing en 1995 y Beijing+5 en 2000).

Entre los aspectos destacados de las Declaraciones y Planes de Acción que surgieron de estos encuentros destacan: a) la insistencia en la importancia de colocar a las personas en el centro del proceso de desarrollo; b) la necesidad de impulsar un programa integral para satisfacer las necesidades humanas básicas; c) el compromiso de reducir las desigualdades y facilitar modos de vida sustentables; y d) la promoción de la sustentabilidad ambiental, especialmente en las cumbres sobre la población y la vivienda.

En este sentido, por ejemplo, la Declaración emanada de la Cumbre de Copenhague sobre Desarrollo Social reconoce que: “el desarrollo económico, el desarrollo social y la protección del medio ambiente son componentes del desarrollo sustentable interdependientes y que se fortalecen mutuamente, lo cual constituye el marco de nuestros esfuerzos encaminados a lograr una mejor calidad de vida para todas las personas”.[7]

En 1997, en cumplimiento del acuerdo logrado en la Cumbre de Río, se celebró en Nueva York el período extraordinario de sesiones de la Asamblea General de la ONU (Cumbre para la Tierra + 5).[8] El objetivo era evaluar los avances desde la Cumbre de Río y fijar prioridades para el futuro. Sobre la base de los informes preparados para el período de sesiones, los gobiernos reconocieron que el medio ambiente global se había seguido deteriorando, los recursos renovables se seguían usando a un ritmo claramente insustentable, la cantidad de personas que vivían en la pobreza había aumentado y las brechas entre los ricos y los pobres se habían ensanchado, tanto al interior de los países como entre éstos.

Además, las diferencias entre Norte y Sur dominaron las discusiones. No se cumplieron los compromisos que los países donantes asumieron en Río de incrementar la ayuda oficial al desarrollo (AOD) y transferir tecnologías ecológicamente racionales. Más bien, la AOD había disminuido de un promedio del 0,34% del PIB de los países donantes en 1991 a un 0,27% en 1995.[9]

A consecuencia de estas divisiones, el documento final de la sesión (Plan para la Ejecución Ulterior del Programa 21) incluyó una cantidad mínima de nuevos compromisos para la acción. Si bien no se asumieron compromisos financieros concretos, los gobiernos acordaron una declaración general que manifestaba que los países desarrollados deberían cumplir con los compromisos asumidos en Río con relación a la AOD y se que deberían “intensificar los esfuerzos” para revertir la tendencia descendente observada desde 1992.[10]

Al final de la década de 1990, la crisis ética de la globalización económica neoliberal resultó más evidente. Las desigualdades sociales cada vez mayores, tanto entre Norte y Sur como dentro de los países, el debilitamiento del Estado como garante del bien común y la reiteración de crisis económicas se volvieron el nuevo Leviatán.

Junto con las crisis llegaron los movimientos de justicia social que sostenían que “otro mundo es posible”. Sus primeras grandes manifestaciones públicas tuvieron lugar en la ciudad de Seattle, en el marco de la “Ronda del Milenio” de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en noviembre de 1999. A partir de ese momento, todas las Cumbres que reunieron a las grandes potencias económicas mundiales, así como a las instituciones financieras internacionales, se convirtieron el objetivo de las manifestaciones del movimiento. Su presencia en cumbres internacionales, como la de Bangkok y la Cumbre del G-7 en Okinawa en el 2000, hizo conocer al movimiento por la justicia social como un nuevo actor en un escenario internacional nuevo y complejo.

En 2000, las 189 naciones reunidas en la Cumbre del Milenio hicieron reiteradas declaraciones sobre la desigualdad mundial, la pobreza, la salud y la nutrición. También mencionaron temas fundamentales como la reforma de la ONU, la lucha contra el VIH/SIDA, la educación, la protección del ambiente, la seguridad internacional, y concretamente, las guerras entre etnias en África. La propia declaración final de la Cumbre manifestaba la crisis ética de la política internacional y la economía del nuevo milenio. Según la Declaración del Milenio, los líderes mundiales no escatimarían esfuerzos por liberar a la humanidad de la guerra, la pobreza extrema, la amenaza de desastres ambientales, y en promover la democracia y el Estado de Derecho.

En teoría los ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) y sus 21 metas obedecen a la lógica de fomentar el desarrollo humano. En los hechos, las metas se redujeron a los “mínimos aceptables para todos”. Es el caso de la reducción de la pobreza sobre la base del ingreso, al considerarse que una persona ya no es pobre si vive con USD1.25 por día; o la educación, al limitar la meta para que sólo abarque la educación primaria.

El séptimo ODM es “garantizar la sustentabilidad del medio ambiente”. Sin embargo, la incorporación de los principios del desarrollo sustentable en las políticas y los programas nacionales, y la reducción de la pérdida de recursos del medio ambiente (Meta 7A) son compromisos que ya se habían establecido en la Cumbre de la Tierra de 1992. Asimismo la Meta 7B, que entre otras cosas se refiere a la pérdida de diversidad biológica, deforestación y emisiones de dióxido de carbono, no definió compromisos sobre niveles de reducción concretos.

De Johannesburgo a Río+20: entre la Guerra al Terrorismo y la calamidad ambiental

En 2001 se llevó a cabo en Porto Alegre, Brasil, el primer Foro Social Mundial, que congregó al movimiento mundial por la justicia social. Se trató de un ejercicio en paralelo al foro “Por una construcción ciudadana del mundo” en París. En ambos casos la meta era analizar la situación actual y proponer alternativas a las formas predominantes.[11] La sociedad civil ha contribuido decididamente a la promoción del desarrollo sustentable. El intercambio de ideas y conocimientos permite unir esfuerzos a nivel internacional, al tiempo que estos movimientos alientan cambios desde el nivel local a través del trabajo directo con las personas.

Los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Washington y Nueva York significaron el regreso de la realpolitik a la agenda internacional. La lucha contra el terrorismo se convirtió en la prioridad, no sólo de Estados Unidos, sino de todas las agendas internacionales, eclipsando la agenda de desarrollo.

El mundo se polarizó a partir de la lógica del “están conmigo o contra mi” de la administración George Bush. Estados Unidos reconfiguró sus sistemas de seguridad y defensa y, con apoyo de las Naciones Unidos, emprendió la guerra contra Afganistán. De esta manera, a la crisis ética de la globalización neoliberal se unió la crisis coyuntural de la seguridad.[12]

Un año después se celebró en Monterrey, México, la Conferencia Internacional sobre la Financiación para el Desarrollo. El Consenso de Monterrey insta a los países desarrollados a adoptar medidas concretas a fin de canalizar el 0,7% de su PIB como AOD para los países en desarrollo, y destinar entre el 0,15 y el 0,20% de su PIB para los países menos adelantados; objetivos que fueron reafirmados en la Tercera Conferencia de las Naciones Unidas sobre los Países Menos Adelantados. El documento no establecía objetivos claros en lo que refiere a la cantidad de recursos que deberían usarse para fomentar el desarrollo por medio de la inversión extranjera directa y otros flujos de capitales privados.[13]

Por su parte, la Asamblea General de las Naciones Unidas reconoció que los avances en materia de desarrollo sustentable durante la década de 1990 habían sido decepcionantes. La pobreza y la exclusión social aumentaron al igual que la degradación del ambiente. Por este motivo, además de hacer su habitual balance de los progresos del Programa 21, la Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sustentable (Río+10) celebrada en Johannesburgo fue pensada como una “cumbre centrada en la aplicación de medidas”.

Sin embargo, otra vez fue imposible lograr acuerdos concretos sobre nuevos tratados ni renegociar el Programa 21. Se establecieron algunas metas, como por ejemplo reducir a la mitad el número de personas que no tienen acceso a servicios básicos de saneamiento para 2012, y lograr una reducción importante en la pérdida de diversidad biológica para 2010. Mientras tanto, los temas relacionados con la AOD y la transferencia de tecnología del Norte al Sur siguieron generando grandes divisiones entre los países.

Ese año en la Cumbre del Grupo de los Ocho (G8) en Gleneagles, Escocia, los países más desarrollados del mundo se comprometieron a aumentar los fondos para AOD de USD80 mil millones en 2004 a USD 130 mil millones (a precios constantes de 2004) para 2010, equivalente al 0,36% del producto nacional bruto combinado.

Los claroscuros se convirtieron en una constante en las reuniones dedicadas a los temas del desarrollo, al tiempo que se privilegiaba agenda tradicional de seguridad unida a problemas de terrorismo y delito organizado internacional, especialmente por la agudización de la guerra en Afganistán y la desastrosa guerra en Irak. En este escenario las diversas crisis del sistema empezaron a confluir.

Por un lado, la crisis ecológica empezó a ser cada vez más evidente con el aumento de desastres naturales y conflictos por los recursos como el de Darfur, todo ello producto del calentamiento global. En 2007, a iniciativa de Gran Bretaña, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas discutió el asunto, que adquirió notable importancia por estar irremediablemente asociado a los problemas de seguridad a todos los niveles. A esto debemos agregar los desafíos de la transición energética —desde el agotamiento de los combustibles fósiles hasta la necesidad de fomentar los combustibles alternativos para no seguir dañando el ambiente— y la crisis alimentaria, vinculada no solo al acceso a los alimentos sino también a su calidad y a sus precios, que nivel mundial aumentaron considerablemente a partir de 2005.

Finalmente, presenciamos la que es considerada como la peor crisis económica desde la Gran Depresión de 1929. La crisis actual se originó en el mismo centro del capitalismo con la burbuja de las hipotecas y el colapso de instituciones financieras tan emblemáticas como Lehman Brothers. Muy pronto la crisis se expandió a todo el mundo, al igual que sus repercusiones sociales. Sin embargo, dado que se originó directamente en el centro de la economía mundial, generó una importante reflexión sobre la necesidad de redefinir la relación entre el Estado y el mercado, así como de regular la economía. En efecto, contrario a las crisis económicas de las décadas anteriores, esta vez la salida a la crisis y las respuestas ante los retos de la misma se encuentran nuevamente en el Estado.

Cabe señalar que, además de poner en riesgo el cumplimiento de las Metas del Milenio al arrojar a millones de personas alrededor del mundo a la pobreza y el desempleo, la crisis económica impactó la ya de por sí lastimada cifra de ODA. En 2009 la cantidad destinada para AOD por los 23 miembros del Comité de Ayuda al Desarrollo de la OCDE era USD120 mil millones, lo que significa una caída del 2,2% nominal con relación a 2005. En consecuencia, el déficit para 2010 con relación a la meta de Gleneagles fue de USD18 mil millones. Solo cinco países (Dinamarca, Luxemburgo, Noruega, los Países Bajos y Suecia) tienen una proporción de AOD a ingreso nacional bruto que supera la meta de ayuda de la ONU del 0,7%.

Conclusiones

La falta de ética de la economía internacional, particularmente de los mercados financieros, se nutre asimismo, de una ausencia de normas y reglamentaciones, que a su vez impulsan la especulación. El modelo neoliberal favorece la búsqueda de ganancias fáciles y de corto plazo. Esta situación también está en la raíz de las diferentes crisis económicas, la desigual distribución de la riqueza y el aumento del número de personas que viven en la pobreza extrema.

El modelo socioeconómico predominante en el mundo ha reducido su visión sobre el desarrollo humano, que sin duda era más rica en sus inicios desde el Informe Brundtland y los objetivos de la Cumbre de la Tierra. Hoy en día se ha encogido a un mínimo que se acerca más a una excusa moral que a una verdadera voluntad por solucionar el problema.

Por eso, los progresos en la agenda del desarrollo sustentable han sido graduales y limitados. Dependen directamente de la voluntad política de los Estados, no sólo para acordar acuerdos sobre objetivos, recursos y cronogramas, sino también para su ejecución, evaluación y seguimiento. Los países desarrollados apuestan a objetivos y metas mínimos, al tiempo que evitan establecer objetivos, metas y compromisos más concretos y ambiciosos.

El crecimiento económico y la estabilidad monetaria no equivalen por sí mismos a menos pobreza. En tanto no se solucionen los problemas estructurales de la distribución inequitativa de los ingresos y la riqueza, será muy difícil hacer progresos en la lucha contra el hambre y reducir la pobreza, y se reduce la capacidad de cumplir con los Objetivos de Desarrollo del Milenio o cualquier otro. Debe precisarse que, además de que es imprescindible aumentar la AOD, si en realidad queremos reducir las desigualdades actuales se necesitan indicadores más precisos para medir la pobreza en el mundo. El problema radica en que todo el sistema de monitoreo e indicadores es parte del actual paradigma de crecimiento económico y responde a su discurso.

La comunidad liberal en la que se ha inscrito el mundo actual, y su visión de la economía mundial, ha generado una narrativa en la que las personas interpretan su entorno y otorgan sentido a sus condiciones de vida particular y social. Por ello es importante modificar esta narrativa que permita que los líderes mundiales, jefes de estado o de gobierno, reformular su interpretación de la realidad y por tanto, la forma de diseñar y evaluar las políticas públicas.

Por este motivo, el cambio de paradigma debe acompañarse un renovado marco discursivo-conceptual y el desarrollo de nuevos indicadores para medir el bienestar social. Cualquier cálculo de los progresos en materia de desarrollo y bienestar social debe ir más allá de la metodología encerrada en una versión económico-monetarista que reduce los fenómenos complejos y multidimensionales como la pobreza a una construcción conceptual estrecha de la cual se derivan indicadores mínimos. Por ello debe continuar la discusión sobre la definición de nuevos objetivos de desarrollo, que vayan más allá de las categorías del crecimiento económico. Se necesita un nuevo conjunto de indicadores de la pobreza y otros problemas, que signifiquen una profunda redefinición de la sociedad internacional, el Estado y la propia humanidad.

La crisis actual por lo que atraviesa el sistema internacional en su conjunto abre la posibilidad de repensar la relación entre Estado y mercado y el paradigma neoliberal que ha predominado por varios decenios. Como señaló en su momento el Informe Brundtland: “En última instancia, el desarrollo sustentable dependerá de la voluntad política de los gobiernos que deben tomar decisiones críticas en materia económica, ambiental y social”. www.ecoportal.net

Alejandro Chanona - Grupo de Reflexión sobre Perspectivas Globales de Desarrollo - Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) - http://www.socialwatch.org/es

Documentos Relacionados: paradigmas2012_esp.pdf

Referencias:

[1] Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), “Orígenes del enfoque de Desarrollo Humano”,hdr.undp.org/es/desarrollohumano/origenes.

[2] Ibid.

[3] Cfr Naciones Unidas, Rio Declaration on Environment and Development: application and implementation Report of the Secretary-General, (E/CN.17/1997/8), Comisión de Desarrollo Sustentable, Quinta Sesión, (7-25 de abril de 1997).

[4] La cumbre brindó acceso total a una amplia gama de organizaciones no gubernamentales y propició el desarrollo de una Cumbre de la Tierra, independiente, en un local cercano. Cfr. Robert W. Kates, Thomas M. Parris, and Anthony A. Leiserowitz, “What is sustaibable development?, Goals, Indicators, Values and Practice”, Environment: Science and Policy for Sustainable Development, vol. 47, núm 3, 2005.

[5] PNUD, “Nuevas dimensiones de la seguridad humana”, Informe de Desarrollo Humano, 1994.
[6] Ambos documentos detallaban quince áreas prioritarias para la acción: cambio climático y alza del nivel de los mares; desastres naturales y ambientales; gestión de desechos, recursos marinos y costeros; agua dulce; recursos terrestres; energía; turismo; biodiversidad; instituciones nacionales y capacidad administrativa; instituciones regionales y cooperación técnica; transporte y comunicaciones; ciencia y tecnología; desarrollo de recursos humanos; e implementación, monitoreo y análisis. Cfr. UNESCO, Intersectoral Platform for Small Island Developing States, From Barbados to Mauritius,portal.unesco.org/....

[7] Declaración de Copenhague sobre Desarrollo Social, adoptada en la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social, Copenhague, 1995, www.un.org/documents/....

[8] Asamblea General de la ONU, Plan para la Ejecución Ulterior del Programa 21, adoptado en el período especial de sesiones de la Asamblea General, Cumbre para la Tierra + 5, (Nueva York: 19 de septiembre de 1997).

[9] Departamento de Información Pública de la ONU, Earth Summit Review Ends with Few Commitments (La Cumbre para la Tierra culmina con pocos compromisos), comunicado de prensa, (Nueva York: 27 de junio de 1997).

[10] Ídem

[11] A través del Foro Social Mundial el movimiento por la justicia social ha logrado definir las metas de su activismo traduciéndolo en “el modelo de una sociedad alternativa”, cuyos fundamentos son: el respeto por la dignidad de cada ser humano; la defensa del patrimonio común de la humanidad; la promoción de la democracia, la sustentabilidad ambiental, el ejercicio de la no violencia, el respeto por la identidad y la diversidad; el poner la economía al servicio de los seres humanos; la defensa del derecho a la cultura; la solidaridad entre los pueblos y las personas; y la creación de estructuras sociales que permitan a las personas vivir en condiciones de libertad, igualdad y fraternidad. “Carta de Principios del Foro Mundial Social” en Foro Social Mundial, (8 de junio de 2002), www.forumsocialmundial.org.br....

[12] Alejandro Chanona, “El sistema internacional: viejos dilemas y nuevos retos. La crisis de septiembre de Estados Unidos y su gran oportunidad”, en José Luis Valdés-Ugalde y Diego Valadés, comps., Globalidad y Conflicto. Estados Unidos y la crisis de septiembre, Editorial UNAM, CISAN, IIJ, (Ciudad de México, 2002), pp. 65-73.

[13] Organización de las Naciones Unidas, Proyecto de documento final de la Conferencia Internacional sobre Financiación para el Desarrollo, Conferencia Internacional sobre la Financiación para el Desarrollo, (Monterrey, México: 18-22 de marzo de 2002),www.un.org/spanish/.....

lunes, 16 de abril de 2012

Cómo se atreven hablar de pobreza y desempleo


En este gobierno la pobreza extrema se ha reducido a 9.3%

Escrito por: RAMÓN NÚÑEZ RAMÍREZ 

Los economistas del PPH se esmeran en hacer malabarismos con las cifras, pretendiendo demostrar que la pobreza y el desempleo han aumentado en estos siete años y medio de esta administración, cuando la realidad es que en la historia del país el gobierno de Hipólito Mejía ha sido el mayor creador de pobreza y destructor de empleos por su pésima gerencia económica antes de las crisis bancaria y el desacertado manejo de éstas.

Para la determinación de la pobreza el método más utilizado a nivel mundial, a pesar de sus limitaciones, es el de “La Línea de Pobreza”, el cual se basa en el ingreso o el gasto de consumo necesario para la supervivencia (canasta de satisfacctores básicos); pero independiente de las disparidades resultantes de la aplicación de los métodos del BID, el Banco Mundial o la CEPAL, una cosa es cierta: la pobreza en los gobiernos del PLD disminuye, mientras en el gobierno de Hipólito Mejía aumentó y ese crecimiento del número de pobres se produjo desde los dos primeros años. 

En base a la línea de pobreza definidas por el BID-BM y tomando como insumos la Encuesta de Fuerza de Trabajo del Banco Central (octubre 2000-octubre 2011), se puede apreciar la evolución de la pobreza en ambas administraciones. En octubre de 2000 la pobreza extrema era 9.2% (774,974 personas) y a octubre de 2002 la pobreza extrema alcanzaba el 10.7% (927,316). Antes de las quiebras bancarias y con una economía mundial en auge, el gobierno de Hipólito Mejía había enviado a la indigencia a 152 mil personas. En octubre de 2004 la pobreza extrema llegó al 16.5% para un número absoluto de 1,479,926 personas. El gobierno de Hipólito Mejía convirtió en indigentes a 704,952 dominicanos.

En  siete años de este gobierno encabezado por el Dr. Leonel Fernández, a pesar de los choques mundiales de precios y la recesión global, la pobreza extrema se ha reducido a 9.3% para un total de 921,993 individuos. Más de 557 mil ciudadanos han sido sacados de la pobreza extrema gracias al crecimiento con estabilidad y las políticas sociales.

En término de la pobreza en general, en  2000 de cada 100 dominicanos 28 eran pobres, para un total de 2.38 millones, en apenas dos años de gobierno de Hipólito Mejía la pobreza en general había aumentado a 29.1%, y al concluir ese gobierno la pobreza llegó  a 43.4% para un total de 3,905,319 pobres. El balance final del gobierno del actual aspirante a regresar a Palacio, fue convertir en pobres a un millón y medio de ciudadanos.

En relación al empleo, en 1996 la tasa de desocupación ampliada era de 16.70%, y en cuatro años del primer gobierno del PLD se redujo a 13.9% (el número de empleados aumentó en 518 mil). Hipólito Mejía en los dos primeros años aumentó la tasa de desempleo a 16.10% (el número de desempleados aumentó en 90 mil) y al final de esa desastrosa administración la tasa de desempleo había aumentado a 19.70%; mientras en el actual gobierno del PLD el desempleo se ha reducido a 14.6% y se han creado 703 mil nuevos empleos.

Un gobierno, el de Hipólito Mejía, creó pobreza y desempleo; del otro lado, los gobiernos del PLD crean empleos y reducen pobreza; y si bien más de la mitad de esos empleos son informales, como ocurre prácticamente en toda AL, una administración de Danilo Medina, el cambio seguro y sin peligro, se enfocará a crear más empleos, pero de mayor ingreso, para así reducir aceleradamente la pobreza y mejorar la capacidad de compra de los dominicanos y las dominicanas.

lunes, 2 de abril de 2012

La FAO necesita que América alimente al mundo


La FAO estima que hay que aumentar en 70% la producción mundial de alimentos para evitar hambrunas.

Se estima que en 2050 la población mundial alcanzará los 9.000 millones y según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) habrá que aumentar en un 70% la producción de alimentos para evitar hambrunas.

Cómo lograr ese objetivo es uno de los planteamientos que se discuten durante la conferencia regional de la FAO que se organiza esta semana en Buenos Aires.

En la actualidad, el 80% de la dieta mundial consiste de granos. Y el mayor productor mundial de granos es el continente americano. Es por ello que América jugará un rol central para alcanzar la meta propuesta.

El director regional de la FAO para América Latina y el Caribe, Alan Bojanic, dijo a BBC Mundo que para cumplir el objetivo se deberán producir 1.000 millones de toneladas más de granos, además de ampliar la producción de carne, frutas y verduras.

Según los expertos, América Latina tiene capacidad para duplicar su producción actual de granos.

Para ello, se deberá aplicar lo que la FAO define como "intensificación sostenible": un mayor uso de tecnologías para mejorar el rendimiento de la tierra, sin dañar los suelos y haciendo un uso más efectivo del agua.

Víctor Villalobos, director general del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA) –el máximo organismo regional sobre la materia- dijo a BBC Mundo que América Latina es la región con mayor potencial para ampliar su producción de cultivos, ya que cuenta con los tres elementos necesarios: tierra, agua y tecnología.

No obstante, Villalobos y Bojanic resaltaron que el principal desafío para la región será capacitar a los productores agrarios en el uso de estas tecnologías, que serán la clave para mejorar el rendimiento.

"Sojización"

En los últimos años la región del Mercosur -el corazón agrario de Sudamérica- ha visto un crecimiento exponencial de la soja, una oleaginosa que casi no se consume en esta zona y ha ganado terreno por los precios altos que adquirió en el mercado.

TRIGO: mayores productores de América Latina

(en miles de toneladas)

Argentina: 13.410

Brasil: 5.646

México: 4.045

Uruguay: 2.000

Chile: 1.600

(fuente: FAO, con datos oficiales de los países)

¿Representa esta "sojización" una amenaza para los objetivos de ampliar la producción de alimentos?

"Para nada", aseguran los expertos. Según Bojanic, si bien no se consume mucho en América Latina, en Asia, adonde es exportado, vive un sexto de la población mundial, que lo considera una parte importante de su dieta.

Por su parte, Villalobos aseguró que el aumento en la producción de soja es "cíclico": cuando la oferta supere a la demanda bajarán los precios, lo que llevará a que se reduzca la producción.

Por eso descartó que la soja esté desplazando a los tres cultivos más consumidos en el mundo: el trigo, el maíz y el arroz.

"La oferta mundial de estos granos es estable", aseguró.

Biocombustibles

Si bien el boom de la soja no preocupa a los expertos en alimentación, el aumento en la elaboración de biocombustibles sí es considerado una potencial amenaza a la meta de multiplicar la producción de alimentos, ya que estos se producen a base de cultivos.

MAÍZ: : mayores productores de América Latina

(en miles de toneladas)

Brasil: 56.100

Argentina: 22.900

México: 20.400

Venezuela: 2.350

Paraguay: 2.240

(fuente: Fao, con datos oficiales de los países)

Se trata de una paradoja: el cambio climático es la principal amenaza a la producción de alimentos y por ello la FAO apoya la creación de combustibles alternativos (o "agroenergías") para paliar el problema.

Sin embargo, el organismo se opone a que se utilice maíz –el segundo grano más consumido en el mundo- para producir etanol.

Al igual que el IICA, proponen una solución sencilla: que sólo se utilice caña de azúcar para producir este biocombustible, un cultivo que según Bojanic, "rinde 10 veces más".

Diversificar

Además de ampliar la producción de productos agropecuarios, la FAO considera que la clave del éxito para que haya más comida en los próximos años es diversificar su origen.

En ese sentido, Bojanic resaltó algunos recursos que tiene América Latina que muchas veces son opacados por la magnitud del campo.

"Hay una enorme riqueza en el mar, debemos aprovechar más la pesca", señaló.

ARROZ: : mayores productores de América Latina

(en miles de toneladas)

Brasil: 9.121

Colombia: 1.802

Perú: 1.788

Argentina: 1.188

Uruguay: 1.150

(fuente: FAO, con datos oficiales de los países)

También habló de un importante aporte que viene de la zona andina: la clic quinoa (o quinua)

"Este año la FAO destacará las propiedades de este cultivo, que puede jugar un papel importante en la lucha contra el hambre", dijo a BBC Mundo.

Por último, el funcionario recordó que para aumentar en un 70% la cantidad de alimentos disponibles en 2050 no hará falta solamente producir más.

"Uno de los objetivos es también reducir a la mitad la cantidad de desperdicios", aclaró.

Si todo se cumple, Bojanic cree que la meta establecida por la FAO podrá hacerse realidad.

"El desafío es grande, pero es factible lograrlo", aseguró.

El verdadero secreto del libre comercio. Contra la promesa neoliberal de un mundo sin pobreza ni desempleo


Bajo un esquema de libre comercio, un país que no es suficientemente competitivo en el mercado global terminará cubriendo su persistente déficit comercial con endeudamiento externo, terminará como un deudor internacional.

 A la inversa, un país muy competitivo poseerá un superávit comercial y se transformará en un acreedor internacional.

Practicar el neoliberalismo en los lugares más pobres del mundo es un deporte cruel.

Vivimos en un mundo caracterizado por enormes riquezas y elevados niveles de pobreza.

Ese escenario se repite en la mayoría de los países.

El neoliberalismo domina el mundo.

Se trata de una práctica aparentemente justificada por un conjunto de supuestos que tienen su raíz en la teoría económica convencional.

Los mercados están representados por estructuras sociales óptimas y autorregulables que, si se las dejara funcionar sin restricciones, permitirían atender en forma óptima las necesidades económicas, utilizar eficientemente los recursos y generar automáticamente el pleno empleo para todas las personas que deseen trabajar. 

Por extensión, la globalización de los mercados sería el mejor mecanismo para extender los beneficios a todo el mundo.

La teoría y práctica del neoliberalismo generaron, con razón, una importante oposición de activistas, hacedores de política y académicos.

Sin embargo, el neoliberalismo continúa siendo una importante influencia en las ciencias sociales, el sentido común y en los círculos políticos.

En la práctica, las naciones poderosas y las instituciones que sostienen y difunden esta agenda fueron exitosas para expandir la ley del mercado.

En consecuencia, por todo el mundo persisten enormes bolsones de pobreza y profundas desigualdades y las crisis siguen estallando.

Acabamos de ingresar en la primera Gran Depresión del siglo XXI.

La base del neoliberalismo reside en la teoría ortodoxa del libre comercio, cuyo argumento central es que el libre comercio competitivo beneficiará a todas las naciones.

Algunos críticos señalan que hoy en día el mundo está muy lejos de exhibir las condiciones de competitividad asumidas en la teoría económica estándar del libre comercio.

Señalan que, si bien las naciones ricas predican el libre comercio, cuando ellas estaban subiendo por la escalera del desarrollo utilizaron ampliamente el proteccionismo y la intervención estatal.

 Incluso remarcan que ahora los países ricos ni siquiera siguen al pie de la letra sus prédicas.

Los defensores del neoliberalismo ya respondieron a esas acusaciones: en el pasado no existían las condiciones de mercado competitivas que son necesarias para el libre comercio, por lo tanto el pasado no sirve como comparación.

Sin embargo, argumentan que, con la ayuda de los organismos internacionales, se pueden alcanzar esas condiciones en todo el mundo.

Cuando esto suceda, el libre comercio funcionará como prometieron y la pobreza mundial, el desempleo y las crisis económicas desaparecerán.

El libre comercio entre naciones funciona prácticamente de la misma manera que la competencia al interior de un país: favorece al (competitivamente) fuerte sobre el débil.

Es esperable que la globalización genere daños colaterales.

 Esto también nos dice que los países desarrollados tenían razón al advertir, cuando estaban subiendo por la escalera, que el comercio internacional irrestricto era una amenaza a sus propios planes de desarrollo.

Aquello que hoy el mundo desarrollado niega tan enérgicamente, era verdad entonces: el gran poder del mercado se utiliza mejor cuando está asociado a una agenda social más amplia.

En los libros de texto de economía, las introducciones a la teoría del libre comercio comienzan con una tergiversación deliberada.

Esos manuales nos piden que analicemos a dos países como si fueran individuos que participan libremente de un trueque.

Los individuos, nos dicen, entregarán lo que tienen a cambio de otra cosa solamente si cada uno considera que va a ganar algo en ese proceso.

Y, si sus expectativas son correctas, efectivamente ganarán.

Así, el libre comercio beneficiaría a todos los que participen de él. El resto son detalles.

Pero como en cualquier truco de magia, este razonamiento incluye un engaño fundamental.

En un mundo capitalista, el comercio internacional está guiado por empresas.

Los exportadores locales les venden a los importadores extranjeros que luego venden esos productos a sus residentes, mientras que los importadores locales compran bienes a los exportadores y después nos los venden a nosotros.

La rentabilidad es lo que motiva las decisiones empresarias en cada punto de la cadena.

La teoría del libre comercio tradicional descansa en el supuesto de que en un libre mercado financiero los flujos de dinero que surgen de un déficit comercial reducirán el precio real de la moneda del país (devaluarán el valor de la moneda).

Así se achicará el déficit, ya que las exportaciones serán más baratas para el resto del mundo y las importaciones más caras, hasta que en un momento el balance comercial y la balanza de pagos encuentran el equilibrio.

Un superávit comercial generaría el recorrido contrario hacia el mismo resultado.
Tanto Karl Marx como Roy Harrod ofrecen un contraargumento convincente: en un mercado financiero libre, las salidas de dinero disminuyen la liquidez y elevan las tasas de interés, mientras que el ingreso de capitales baja las tasas de interés. Ninguno de estos efectos altera el balance comercial.

 En cambio, inducen flujos de capitales de corto plazo que conducirán al balance de pagos a un equilibrio cubriendo un déficit comercial existente con endeudamiento externo y un superávit comercial impulsando una posición de acreedor externo.

Bajo un esquema de libre comercio, un país que no es suficientemente competitivo en el mercado global terminará cubriendo su persistente déficit comercial con endeudamiento externo, terminará como un deudor internacional.

A la inversa, un país muy competitivo poseerá un superávit comercial y se transformará en un acreedor internacional.
Este es el verdadero secreto del libre comercio: se necesitan políticas económicas especialmente diseñadas para desarrollar la industria de un país a un nivel donde sea globalmente competitiva.

 Esto explica por qué los países occidentales y luego Japón, Corea del Sur y los tigres asiáticos resistieron con tanta fuerza la teoría y las políticas del libre comercio cuando estaban subiendo por la escalera.

Pero también nos permite darles sentido a las verdaderas políticas que utilizaron en su proceso de desarrollo: utilizando el acceso a los mercados internacionales, el conocimiento y los recursos como parte de una agenda social más amplia. 

El objetivo no debe ser equilibrar la cancha, sino más bien elevar el nivel de los jugadores desventajados.

 En este sentido, practicar el neoliberalismo en los lugares más pobres del mundo es un deporte cruel. www.ecoportal.net

Anwar Shaikh, Profesor de Economía, New School for Social Research.

¿Quién es Anwar Shaikh?

Por Tomás Lukin

Anwar Shaikh es considerado uno de los economistas marxistas más prestigiosos del mundo. Nació en 1945 en Pakistán, pero estudió y vive en Nueva York, donde es profesor de la New School for Social Research.

 “La teoría económica dominante está en quiebra”, sentenció durante una entrevista con el suplemento económico Cash en 2009.

A lo largo de los últimos cuarenta años sus publicaciones han cubierto desde una visión crítica un amplio espectro de temáticas, como el comercio internacional, la demanda efectiva y el crecimiento, los ciclos económicos, la determinación de los precios relativos, la movilidad del capital y el cambio tecnológico.

 “La preocupación central de mis trabajos ha sido la de intentar comprender los procesos fundamentales en funcionamiento en el capitalismo avanzado.

 Cómo funcionan los mercados, por qué el crecimiento en ese sistema atraviesa periódicamente crisis generales, por qué es tan desigual el desarrollo capitalista en los distintos países, regiones e individuos –explica Shaikh–. 

Mi formación en la teoría económica convencional me convenció de que ni la teoría neoclásica ni la keynesiana ofrecen las bases suficientes para analizar esas cuestiones. Por otro lado, mi exposición a los trabajos de Harrod, Leontief, Kalecki, Sraffa, Joan Robinson y Pasinetti me ofreció inspiración y consuelo. 

Ellos me llevaron de regreso a los grandes economistas clásicos: Smith, con su profunda comprensión de los poderes ocultos de las fuerzas del mercado; Ricardo, con su poderoso análisis de las leyes de la política económica, y Marx, con su mordaz análisis de los intrínsecamente conflictivos orígenes, estructura y reproducción del sistema. Yo me propuse demostrar que era posible construir una base coherente a partir de la síntesis de esos autores.” El economista visitará el país a mediados de mes para participar, junto con otros economistas heterodoxos, de una conferencia.

 En su sitio web de la New School for Social Research es posible acceder a muchos de sus trabajos recientes así como sus producciones más viejas: